miércoles, 1 de julio de 2015

Carta abierta al Papa (Sobreviviente de Abuso Sexual Eclesiástico cometido por el cura Héctor Ricardo Giménez)-ARGENTINA

Estimado Papa Francisco: 

Disculpe el tono íntimo en que comienzo esta carta, me permito tal licencia porque en las siguientes páginas me dispondré a relatar hechos y reflexiones de tono sumamente privado. La razón de mi comunicación se debe a que la Iglesia ha evitado sistemáticamente mi acercamiento a Dios, ha mancillado esa posibilidad a mí y a cientos de chicos que creían fervientemente en un Dios dadivoso que los protegería. 
Este también es un llamado a la comunidad cristiana que cree en su Institución y lucha por mejorar, como Ud. mismo lo está haciendo, su prédica, su rebaño, su misión en un mundo desolado por la corrupción. Hoy su iglesia, nuestra iglesia, enarbola esa bandera denunciando por el mundo los estragos que hacen gobiernos corruptos, organizaciones corruptas, feudos corruptos que organizan su imperio sobre pobres almas sojuzgadas que entregan sus vidas a la miseria constante de sus mandatarios. 
Aplaudo, festejo, que al fin esas almas encuentren en la iglesia un representante que denuncia el ultraje, pero debo admitir que aún lleva sobre sus hombros un peso que le doblega las rodillas y hace sudar su frente y, con ello, nos doblega a todos, nos lacera a todos los cristianos que creemos en Ud.. Me refiero a los actos de pornografía y pedofilia que sistemáticamente encubre el Arzobispado de la Ciudad de La Plata, Provincia de Buenos Aires en su país natal. 
Los Buenos Aires que Ud. tanto ama y por los que Ud. tanto luchó todavía huelen a infamia, estafa, mentira, miseria. Por estos parajes la iglesia se encuentra sumida en la penumbra de la corrupción, no es oscuridad total porque lo tenemos a Ud., denos ese destello de luz que necesitamos para acabar con las laceraciones que hombres corruptos infringen a nuestro hogar, a nuestra familia, a nuestras almas. 
El caso al que me refiero en los párrafos escritos es el del Sacerdote Héctor Ricardo Giménez que como es de su conocimiento, tiene denuncias de abuso infantil desde 1960. Este caso es particularmente violento no solo por el centenar de víctimas que dejó, destrozando familias y vidas enteras, sino porque conociendo de sus actos, hasta el día de hoy la iglesia le permite seguir siendo párroco impartiendo misa, la palabra de Dios, a un rebaño que no solo no respeta, sino del que sistemáticamente abuzó. 
Muchas veces me pregunté por qué el encubrimiento y porqué, siendo un reconocido abusador la diócesis lo sigue delegando a puestos de párrocos con acceso a la comunidad y a sus hijos. Si bien puedo comprender el miedo al escándalo producto de una posible pena civil, no comprendo por qué no lo alejan de la vida religiosa, de las congregaciones de niños de los que se solía rodear, para que no causara mas tormento. Hace unos años y, después de años de terapia, pude llegar a la aberrante conclusión de que el encubrimiento se debía a que la corrupción llegó a niveles tan altos, que esos altos jefes eclesiásticos en realidad protegían y otorgaban pleitesía a quien les suministraba pornografía infantil. 
Sobre este hecho no tengo pruebas, jamás llegó a mis manos una foto, pero para sostener esa hipótesis que sé no será revelada, le afirmo que nunca pude borrar la diapositiva que me proyectaba el sacerdote en la pared de su austero cuarto en la iglesia o en la tela de las carpas cuando hacía campamentos: mi imagen de niña de uno 8 años desnuda, con la cabeza gacha por la vergüenza y  los brazos colgando a los lados del pecho plano porque no me permitía tapar mi pubis blanco sin bello que lo protegiera. Sentí vergüenza de mi desnudez, vergüenza de mi cuerpo, vergüenza de las miradas del otro, ese otro Sacerdote que compartió con otros mi desnudez y mi vergüenza, sintiendo el placer de la erección ante la sensación de poder, dominio y control de la virginidad ajena.  
El Padre Ricardo sigue siendo padre de la Iglesia, sigue dando misa sigue como consejero moral y espiritual de la comunidad cristiana. Denunciado ante las autoridades eclesiásticas prometieron vigilarlo… pero… cómo se vigila a alguien que al dar la ostia a un niño acerca sus dedos a la boca infantil para sentir su saliva mojar la piel y rosar, aunque sea por un instante, los cándidos labios rojos por el dulce de la niñez y sentir nuevamente el éxtasis, el placer del contacto, revivir la erección que produce la inocencia. 
Contra eso no hay resguardo posible, siempre habrá una oportunidad. Los que fuimos abusados de niños y hoy ya grandes seguimos arrastrando la niñez destrozada, callamos por muchos nudos que ataron nuestras lenguas. Fines de los ’70 y principios de los ‘80 fueron tiempos muy difíciles para nuestro país, las voces que se alzaban pedían por otros ultrajes, porque le devuelvan los retazos de jóvenes desaparecidos que nunca pudieron recuperar, las denuncias no eran fáciles de llevar adelante, por el autoritarismo político, la pena social y la mente… sí, los bloques que con gran esfuerzo construimos las víctimas para tapar imágenes, sensaciones, olores que no podíamos comprender, fuerza que viene de cerrar los labios para que no se introduzca la lengua del otro, de cerrar los ojos para no ver el placer en los ojos del otro, de murmurar un no que no es respetado por el que susurra a tú oído, vamos que te gusta… dale… mientras que refriega su sexo en el tuyo. 
El otro nudo fue el de la justicia, cuando despertamos ya era tarde, la cusa está prescripta, pasaron más de diez años… diez años de impunidad que avalan continuar con mayor impunidad. Ricardo llegó a juicio de manos de una madre, nuevamente las madres, que en Magdalena dijo NO y peleó y fue amenazada y logró 8 años de encierro que no se cumplieron. Ricardo nos dijo que a él la justicia no lo encontró culpable y Dios lo perdonó, al menos admitió que había pecado. Y los niños… qué pasa con nosotros… prescribimos, todos prescribimos, no importa lo que pasó, prescribimos. 
Las últimas misas que impartió, las dio en Hospitales, excitación, placer, doble vulnerabilidad, la niñez y la enfermedad. Ya no creemos en la justicia, con ayuda de buenos abogados y bien pagos hay artilugios legales que impiden que las cusas prosperen, que se le ponga un límite a tanto y tanto abuso. La Iglesia sistemáticamente encubrió éste y tantos casos más, lo único que nos queda es pedirle a Ud. y a toda la Comunidad Religiosa que si cree sinceramente en sus preceptos exclame NUNCA MÁS y ponga fin a tanta corrupción, denunciando y apartando a todo aquel que estuvo directa o indirectamente implicado. 
Le agradezco por mí y por esos cientos de chicos y familias que fueron abuzados y maltratados por la iglesia, el que al menos haya podido detenerse a reflexionar sobre esta piedra que reposa en su espalda. 
Lo saluda muy afectuosamente, 

María Eugenia  
Abusada por el Sacerdote Héctor Ricardo Giménez 


de los 8 a los 11 años de edad 

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