miércoles, 8 de julio de 2015

Marcelino Moya: cura, excapellán del Ejército y abusador de menores

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Miércoles 8 de julio de 2015 | Edición del día
IGLESIA Y PEDOFILIA

Marcelino Moya: cura, excapellán del Ejército y abusador de menores

“No sé a cuántos más les pasó, porque somos los primeros en hablar”, dice una de las víctimas que padecieron en los 90 los abusos del exvicario y excapellán del destacamento militar de Villaguay (Entre Ríos). Marcas personales, silencio cómplice de la jerarquía católica, relación con el caso Ilarraz y viajes repentinos a Chipre y Kuwait con los Cascos Azules.

“Un sacerdote me decía: ‘Qué lindo don que Dios te dio, pero es más lindo porque lo pusiste al servicio de los demás’. Uno es un pobre instrumento en las manos de Dios”, dijo Marcelino Ricardo Moya durante la presentación de su libro “Tomando mate”, el 24 de septiembre de 2013.
Es todo un dilema saber si el lunes 29 de junio, mientras dos víctimas lo denunciaban por haber abusado de ellas cuando eran menores, el cura Marcelino Moya se seguía jactando de ser un “pobre instrumento en las manos de Dios”. Ambas narraron ante el fiscal de Paraná, Juan Francisco Montrull, hechos que situaron entre 1992 y 1996 cuando Moya era vicario en la parroquia Santa Rosa de Lima, de Villaguay, perteneciente al Arzobispado de la capital entrerriana, actualmente comandado por Juan Alberto Puíggari.
“En mi caso, pasó, entre 1993 y 1995, mientras formaba parte del grupo de niños que concurríamos habitualmente a la iglesia Santa Rosa de Lima, y cursaba en el Instituto La Inmaculada Concepción, de la misma ciudad. Fui confiado al cura Moya como mi referente espiritual y como profesor de catequesis y confesor. Los abusos fueron cometidos con total impunidad de manera sistemática en circunstancias totalmente controladas por el adulto abusador en su habitación, ubicada en la planta alta de la casa parroquial”, contó EM, una de las víctimas, que será nominada así.
Y agregó que “es importante aclarar que a ese lugar teníamos acceso los niños (los varones, porque las mujeres tenían prohibida la entrada). Podía ser en cualquier momento del día, sólo dependía de la circulación de otras personas en el lugar. La habitación de Moya era el lugar de encuentro habitual para los chicos que lo acompañábamos. Muchas veces, el sacerdote nos retenía en su cuarto con la excusa de utilizar la computadora para ayudarlo en diversas tareas (por ejemplo, tipear un texto, inventariar libros obsoletos, etc.) o bien, nos dejaba usar la PC para jugar o escuchar música en su minicomponente. Su habitación, por más pequeña que fuese, estaba siempre llena de chicos, y esta situación no era cuestionada por nadie, ni siquiera por el párroco de ese momento, el padre Silverio Cena, que vivía habitación mediante y a quien nos cruzábamos habitualmente en la planta alta”.
El otro de los denunciantes, que será nombrado como ED, también rememoró lo que ocurrió entre 1993 y 1994: “Lo que hizo el cura conmigo fue tocarme los genitales y solo una vez. (…) Yo tenía 13 años y él estaba en sus 30 o cerca”. En aquella oportunidad, su reacción instintiva fue escaparse: “En ese momento no me constaba (si había abusado de otros chicos). Pero como yo me fui pudo haber seguido con otros. Al otro chico (en referencia al otro denunciante, NdeR) le pasó antes que a mí y yo no sabía nada cuando entré a Acción Católica. Hay mucho silencio. Se tapa todo”.
Siguiendo con su relato, ED explicó por qué se animó a presentarse ante el fiscal para contar lo que vivió cuando tenía 12 años: “Pensé que me había pasado solo a mí hasta que me contacté con una persona a la que le había pasado antes que a mí. No sabemos con certeza a cuántos más le habrá pasado, porque nosotros somos los primeros en hablar”.
Por su parte, EM se sentó frente a Montrull bajo el impulso del cura José Dumoulin, quien hoy está a cargo de la iglesia en la que Moya era vicario. Entrevistado para esta nota, EM mensuró los motivos y la importancia de realizar la presentación penal por lo que sufrió cuando tenía entre 14 y 16 años: “Lejos de ser una operación mediática en contra de la Iglesia o un intento de desprestigiar la institución, el eje fundamental de la denuncia es la búsqueda de justicia y verdad, así de simple y complejo a la vez. El hecho de denunciar penalmente al sacerdote es intentar resarcir el dolor inmenso que durante tantos años me han causado estos abusos y el silencio consecuente, como así también la necesidad de alertar, detener y esclarecer los abusos que probablemente hayan sucedido en estos 20 años, tanto por parte de Moya como de otros adultos perversos en los distintos espacios de nuestra sociedad. Además, siento que en esta necesidad de romper el silencio está implícita la lucha por denunciar estos hechos y ponerlos en el tapete, alertar y provocar un despertar".
Asimismo, en cuanto a la personalidad del cura, ED describió a Moya como “carismático. También amanerado y misógino. Gustaba de dar castigos corporales, como por ejemplo tirones de oreja y del pelo de la nuca y pellizcos. Era manipulador, la situación de abuso mío la generó él, sacando a todos los chicos de su pieza por un momento y dejándome a mí sólo con él”.
Justamente, EM también enfatizó el carácter misógino de Moya en su trato con las niñas: “A nuestros ojos, se percibía como un par, un igual, siendo también considerado por aquel entonces como una buena persona, alguien querido, de buen aspecto y muy pulcro. Quienes no tenían esta percepción eran muchas de las niñas-compañeras de curso-, para con quienes no dudaba en demostrar una actitud misógina y discriminatoria. Incluso hubo casos en que tuvo actitudes violentas, ya sean verbales o con gestos físico de violencia, como pellizcos, cachetazos o tirón de pelos. Dentro del contexto eclesiástico, el cura era un hombre respetado por su investidura, y nunca fue puesto en tela de juicio por ningún adulto. La forma de relacionarse con los niños y jóvenes que asistían a la Iglesia, fue naturalizada y aceptada”.
En cuanto a las consecuencias, ED enumeró los padecimientos que le causó: “Hice dos años de terapia donde traté este tema. Me volvió profundamente desconfiado de la gente, cuestión que me afectó en mis relaciones afectivas, a nivel familia, amistades y amorosas. Me trajo problemas en mis estudios universitarios a la hora de relacionarme con gente nueva. Durante años fui un ermitaño, pasó mucho tiempo hasta que pude estudiar con alguien”.
EM lo atravesó de esta manera: “Durante un largo tiempo estuve haciendo psicoterapia, de distintos tipos, incluso con ciclos de tratamientos psicofarmacológicos, así como toda terapia alternativa que estuvo a mi alcance, que me fueron ayudando a amortiguar, elaborar y más tarde poder poner en palabras todo este sufrimiento, esta puñalada espiritual. Creo que en distintos momentos de mi vida, y con distinto grado de influencia sobre mí (más allá de haber trabajado mucho con terapias psicológicas, y la búsqueda personal espiritual) me vi atravesado o afectado desde el retraimiento vincular, ya sea laboral, familiar, social en general o en las relaciones afectivas. Me vi invadido en muchas oportunidades por un sentimiento permanente de vulnerabilidad, desconfianza y culpa, así como sentir la pérdida de la vocación de servicio, inherente al sentido de lo humano”.

Cascos Azules y payadas

“Cuando a mí me sucedió esto, Moya estaba en lo más alto de su popularidad, situación que aprovechó sin duda”, indicó ED. Es que Moya no es un sacerdote cualquiera. Ordenado por el cardenal emérito Estanislao Karlic en 1992, durante años, fue famoso por irrumpir en las jineteadas, improvisar un altar y recitar el Evangelio. Un cura carismático, opuesto a los que se internan en el claustro.
Es tal la notoriedad que tiene Moya que fue el encargado del “momento cultural” durante III Sínodo Arquidiocesano de Paraná, que se llevó a cabo el 24 de mayo, jornada en la que Karlic, arzobispo emérito de Paraná y en el centro de las críticas por proteger a Justo José Ilarraz, pidió “tener conciencia del momento que estamos viviendo” y exhortó a “recibir este tiempo de gracia, como un momento de fe”.
Moya fue capellán en la guarnición del Ejército en Villaguay, cuyo actual jefe del Regimiento de Infantería Mecanizado 5, el teniente coronel Eduardo Pablo Garbini, fue procesado por su intervención en el alzamiento de Semana Santa de fines de los ’80, aunque luego sería indultado por el ex presidente Carlos Ménem.
ED aportó otra clave: “Cuando yo dejé Acción Católica, al tiempo empezó a perder lugares de poder. Terminó saliendo eyectado de Villaguay a Chipre sin escalas y todavía no sabemos por qué motivo. Nadie sabe por qué fue perdiendo privilegios. Hay mucho silencio. Por qué no dio más clases en el colegio de hermanas, por qué perdió el acceso a su gimnasio que antes era irrestricto, por qué perdió la parroquia y por qué dejó de ser capellán del Ejército de Villaguay. ¿De qué se enteraron ellos? No lo sabemos”. En Chipre y, luego, en Kuwait, Moya fue capellán de los Cascos Azules de la ONU. Posteriormente, retornaría para convertirse en el jefe de capellanes de todos los institutos militares del país con sede en Campo de Mayo. Finalmente, por sorpresa, regresó a Entre Ríos para ejercer su ministerio, primero, en San Benito, después en Villa Urquiza y, por último, en Nuestra Señora de la Merced, en Seguí, hasta que fue separado tras las denuncias.

Ilarraz y Moya

“Ha venido mucha gente a decirme que está conmigo. Yo realmente no sé de dónde sale esto. Lo ofrezco a Dios, le pido a Dios que me ayude a ser bueno. Es totalmente mentira. Yo trabajé con los niños, con los jóvenes, pero la verdad no sé de dónde sale esto”, respondió Moya durante un breve contacto con la prensa.
ED entabló un parentesco conotro caso que complica al Arzobispado de Paraná, el del cura Ilarraz: “A lo lejos está el caso del padre Julio César Grassi, que fue posterior a lo que nos pasó a nosotros. En ese momento la sociedad no hablaba de estas cosas. Más cerca está el caso Ilarraz, quien fue mentor de Moya. Pues, se conocieron en el seminario”.
EM es aún más contundente en cuanto a la responsabilidad del Arzobispado de Paraná: “En aquel momento, el sacerdote José Carlos Wendler (quien convivía con Moya), tuvo conocimiento del abuso perpetrado al otro denunciante y tomó cartas en el asunto, haciendo la denuncia en el marco eclesiástico y poniendo en conocimiento al arzobispo de entonces (la denuncia penal no se realizó porque sus tutores legales no accedieron). Sin embargo, no se tomó ninguna medida, ya que el silencio por parte de las autoridades eclesiásticas se mantuvo hasta el día de hoy, encubriendo al ‘cura gaucho’ con su mentira, cuando en afirmaciones periodísticas el arzobispo Puíggari asegura que ‘se condena sin razón’ y sostiene ‘no haber recibido denuncia alguna durante los 23 años de servicio de Marcelino Moya’. Luego de hacer efectiva la denuncia ante la Procuraduría General, el 30 de junio, es llamativo el giro que dan las manifestaciones públicas por parte del arzobispo, quien define finalmente la separación del cargo del sacerdote, ajustándose a lo que dicta el Derecho Canónico en el Canon N°1717, regulado por la norma de Gravioribus Delictis”.
La propia víctima recayó sobre el carácter sistemático de los abusos, algo que parece convertirse en un rasgo común en este tipo de delitos: “A través de mi puesta en palabras de lo ocurrido, a fines del año pasado, y a raíz de la denuncia formulada el pasado lunes 29 de junio, se ha comenzado a hablar mucho del tema y con conocidos de la época, todos concuerdan con la particularidad de que Moya era un hombre algo extraño, que actuaba con ‘demasiada confianza’ con los niños varones y que estaba siempre rodeado de éstos. Parte de este camino que he iniciado al romper el silencio, tiene que ver con una certeza de que quien comete un abuso de este tipo no lo hace de una manera aislada, sino que lo repite de forma sistemática y con distintas víctimas a lo largo del tiempo. Por eso es tan importante empezar a hablar de lo sucedido, es una forma de prevenir y no que siga ocurriendo”.
Cuando el caso tomó estado público, Puíggari mostró que lo sucedido con Ilarraz le aguzó los reflejos y, de inmediato, emitió un comunicado en el que anunciaba que “como medida cautelar el sacerdote involucrado ha sido separado de la atención pastoral de la comunidad y se le ha impedido el ejercicio público del ministerio, según lo determina el derecho canónico, hasta que la Justicia se expida”.
Pero volvió a cometer el mismo yerro con las víctimas, pues aseveró: “Expresamos nuestra cercanía y disposición para acompañar a todos aquellos afectados por esta dolorosa situación, quienes cuentan con nuestra disponibilidad de escucha, oración, comprensión y afecto”.
Aunque el comunicado concluye diciendo que “con esperanza pedimos al Dios misericordioso el logro de la verdad y la justicia, y la sanación de las heridas y dolores ocasionados”, ED reconoció que el aislamiento que vivieron las víctimas de Ilarraz se viene replicando con ellos: “No han tratado de contactarme. Tampoco han tomado una actitud con él, ha sido de silencio encubridor”.

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